- Matías Viglioco
Epicuro y El Liberalismo
INTRODUCCIÓN Y OBRA
Mediante el contacto con diversos maestros a lo largo de su vida, junto a la variedad de lugares en los que estuvo, Epicuro fue forjando su filosofía. Filosofía tendente a lograr la felicidad a partir de un saber objetivo acerca de la naturaleza (influencia atomista), así como las pautas de un estilo de vida consistente en el gozo moderado de los placeres. La base era la ética, ya que ningún conocimiento tenía sentido si no se lo aplicaba y obtenía algún beneficio para nuestras vidas. Los principales conocimientos llevaban a borrar el miedo a los dioses, el destino, la muerte y el dolor, y una vez asumidos se invitaba al disfrute de la buena vida, que consistía en los buenos momentos compartidos con amigos gozando con intensidad cada momento de existencia. Alejado de la política pero nunca de las relaciones personales con los demás, con uno mismo y con el compromiso de la vida. Su Filosofía fue históricamente muy bastardeada hasta el punto de llegarse a escribir medio centenar de textos vulgares e incultos para ensuciar su nombre. Todo esto debido a que se lo consideró como un ateo hedonista por parte de los círculos de poder tanto de su época como de otras tales como el imperio romano. De aquí también que muchas de sus obras se hayan perdido y quemado llegando a nuestros días una porción muy escueta.
Epicuro escribió más de trescientos papiros agrupados en tres núcleos: ética, canónica y física. A excepción de tres cartas y el testamento, no existen textos completos que llegaran hasta el día de hoy. El material disponible actualmente se divide en:
- Escritas a sus discípulos y exponía su doctrina. Se conservan solo tres. Carta a Heródoto, sobre la física; Carta a Pitocles, sobre meteorología; y Carta a Meneceo, sobre cuestiones éticas y religiosas.
- Escrito de últimas voluntades. Organizó la sucesión de la escuela y otros temas relacionados a la organización.
- Máximas y testimonios. Sentencias escritas a modo de aforismo, que tenían como objetivo facilitar la memorización y comprensión de los principios de su filosofía.
- Gnomologio Vaticano. Conjunto de 81 sentencias y fragmentos de manuscritos de Epicuro, encontrado en 1950 en un códice griego custodiado en el Vaticano, cuyo contenido se centra principalmente en la ética.
EPICURO Y SU FILOSOFÍA PRÁCTICA PARA LA VIDA
La filosofía de Epicuro, de cariz materialista, pretendía alcanzar una felicidad basada en la serenidad del alma y el disfrute moderado de los placeres. Antes que una doctrina, la suya era una enseñanza práctica para la vida.
Epicuro nació en enero del año 340 a.C. en Samos. Su padre, Neocles, ejercía como maestro de escuela, una profesión poco reputada en la época. Creció ayudando a su padre en las labores de la enseñanza; tal vez así comenzó a formarse la férrea voluntad pedagógica que, años más tarde, lo llevaría a fundar su propia escuela de filosofía en compañía de sus hermanos. La formación filosófica de Epicuro se inició siendo muy joven, atraído por las enseñanzas del filósofo Demócrito, quien fundó la escuela atomista de pensamiento, según la cual toda la materia está conformada por átomos y por vacío. Así, a los catorce años de edad dejó a su familia en Samos para marcharse al norte de la isla, a Teos, impulsado por el deseo de saber más sobre la doctrina democritea. Allí recibió clases en la escuela de Nausífanes de Teos. Fue éste quien lo instruyó en la doctrina que presentaba el placer como fin último de la vida y lo familiarizó con otros conceptos que pasarían a formar parte de su doctrina filosófica. Generalmente, en la formación de los griegos cultivados de la época se incluían las obras de poetas como Homero y Hesíodo. Los textos de estos líricos eran tomados como modelo de perfección estética y ejemplo moral; sin embargo, estaban repletas de alusiones a la intervención de los dioses en los quehaceres y el destino de los humanos. Este protagonismo de los dioses no satisfizo la inquieta perspicacia de Epicuro. Al mismo tiempo le molestaba profundamente la actitud de sofistas y gramáticos, que centraban sus enseñanzas en el desarrollo del formalismo del lenguaje y la palabra, para gozar de una superioridad dialéctica y mayor capacidad de persuadir a los demás. Ya desde sus comienzos apuntaba hacia el perfeccionamiento de una filosofía más austera, que prescindía de cualquier confrontación teórica o dialéctica.
EL PRIMER CONTACTO CON ATENAS
Alejandro Magno murió en el año 323 a.C., justo cuando Epicuro se trasladó a Atenas por primera vez, para alistarse en lo que sería el servicio militar de la época. La filosofía y doctrina de Epicuro se desarrollaron estrechamente vinculadas al contexto histórico y al periodo de crisis de las ciudades-estado tras la caída del imperio alejandrino. La vida de los griegos se identificaba con el predominio de las ciudades-estado, como una forma de organización que fortalecía la vida colectiva, hasta el punto de que apenas se podía imaginar la existencia del hombre como algo ajeno al Estado y la vida pública de la polis. Esta nueva situación de separación y reordenación política registrada tras la muerte de Alejandro dio lugar al surgimiento de un cierto individualismo, puesto que los ciudadanos ya no se sentían parte de una comunidad que los acogía y daba sustento a su libertad y felicidad. En el 322 a.C. y con diecinueve años de edad Epicuro recién pudo reunirse con su familia y vivió en primera persona la pobreza y el destierro, sin posibilidad alguna de continuar costeándose su formación filosófica. En este sentido, podríamos decir que fue un hombre hecho a sí mismo, porque nunca más ingresó como estudiante en una escuela filosófica. Tal como lo refrendan sus cartas, Epicuro tenía una salud muy débil que desde joven lo obligó a llevar una dieta sencilla, hacer reposo y pasar largas temporadas de padecimiento. Precisamente a través de esas experiencias vitales tan intensas comenzó a labrarse su fuerte personalidad, puesto que él mismo tuvo que aprender a convivir con las adversidades (políticas y personales).
LAS ESCUELAS HELENÍSTICAS
Las tres escuelas emblemáticas del periodo Helenístico fueron el estoicismo, el cinismo y el epicureísmo. Tenían en común preocupaciones filosóficas fundamentales, referidas a cuestiones morales y a la felicidad. Para buena parte de la filosofía Helenística, el Sabio (el filósofo) era el que tenía existencia buena, feliz y equilibrada, sobrellevando las distintas circunstancias de la vida con el uso de su razón. La filosofía se convirtió así en un saber práctico, que permitía alcanzar el autodomio a quien la trabajaba. Los ciudadanos ya no se consideraban arraigados en una comunidad próxima, por lo cual estas escuelas filosóficas señalaban que la felicidad del individuo no coincidía necesariamente con el interés político del Estado, así que los problemas éticos no se explicaban ya por el bien común o por cuestiones políticas, sino que comprometían el esfuerzo particular de cada persona.
LA FILOSOFÍA COMO REMEDIO
Toda la filosofía de Epicuro tenía como fin último despejar el camino hacia la felicidad humana. Su doctrina se vertebraba sobre tres ejes centrales, estrechamente relacionados entre sí: la ética (la doctrina del alma y su comportamiento), la canónica (la doctrina del conocimiento) y la física (la doctrina de la naturaleza). Sin embargo, la ética era el cimiento sobre el cual se articulaba toda su obra, y a ella quedaban supeditadas la canónica y la física. Puesto que la doctrina epicúrea era una filosofía rigurosamente pensada como aplicación práctica para lograr una vida feliz, todos los conocimientos debían tender a este objetivo, tutelados por los valores éticos. Epicuro puso especial atención en el conocimiento sensible (el que se aprehende a través de los sentidos). Por ello, en el marco de su filosofía, la percepción es el único criterio de verdad válido. Según el filósofo de Samos, si hay errores en el conocimiento proceden de no atenerse a los sentidos o de agregar juicios a la realidad que no tienen origen en la percepción. De tal modo, Epicuro rechazaba la primacía del raciocinio, que filósofos como Platón habían destacado en detrimento del valor del conocimiento sensible. Esta preponderancia de los sentidos como criterio de verdad, junto con una concepción mecanicista de la naturaleza, ponían las bases de una concepción materialista de la misma, gracias a la cual, pensaba Epicuro, podía superarse el miedo a la muerte. Lo mismo ocurría con los dioses que, como el alma humana, también estaban compuestos por átomos, y que habían surgido de su movimiento y colisión. Los dioses, decía Epicuro, son demasiados perfectos para ocuparse de la vida de los mortales, pues viven en una dimensión superior, ajena por completo a los asuntos de los humanos. Por lo tanto, tampoco los dioses debían constituir motivo de preocupación para los hombres. Explicaciones de este calado, junto a una concepción del dolor y el placer como criterios de acción, constituyen la base a partir de la cual Epicuro fue despejando las inquietudes que podían generar miedo, angustia y tristeza, para mostrar que las personas pueden cimentar sus propias vidas sin temor al más allá, al destino o a la suerte. Por ello recomendaba ceñirse a los placeres básicos, así como a los de índole espiritual, más tranquilos y duraderos. Siguiendo estos preceptos podríamos alcanzar una felicidad autónoma, independiente de cualquier circunstancia exterior a nuestra conciencia.
LOS CUATRO REMEDIOS FILOSÓFICOS
Uno de los primeros puntos de la terapéutica filosófica de Epicuro consistía en comenzar por reconocer los miedos principales que afectan a las personas y bloquean su llegada a la felicidad. Propuso un tratamiento filosófico llamado tetrafármaco y lo plasmó en cuatro sentencias diferentes; cada una de ellas se correspondía con una explicación para conseguir la felicidad y alejarse de la causa de los miedos. Por ello advertía: no temas a los dioses y al destino; no te preocupes por la muerte; lo bueno es fácil de conseguir; y lo doloroso es fácil de soportar. El desencantamiento personal, así como la pérdida de los relatos fundacionales sobrevenidos tras la muerte de Alejandro, fueron afrontados por Epicuro con su propuesta del tetrafármaco, que implicaba un giro revolucionario para la filosofía, porque señaló la autonomía interior de las personas como método para encontrar su propio camino hacia la felicidad. Para conseguir la felicidad era preciso lograr una cierta libertad e independencia, por ello Epicuro y sus discípulos se marcharon del centro de Atenas y de la atmósfera competitiva de las ciudades. “Debemos liberarnos de los grilletes de las costumbres y la política”.
NO TEMAS A LOS DIOSES NI AL DESTINO
Epicuro defendía la idea de que los dioses solo representaban un estado superior de felicidad; eran seres inquebrantables, que únicamente ofrecían un modelo a seguir y no se ocupaban de las cuestiones humanas. Luego el miedo a los enfados, castigos y represalias de los dioses tampoco estaba justificado. Así mismo, los juicios sobre la seguridad del futuro también encaminan a las personas hacia la intranquilidad y vivir con pesares. No hay que temer al destino, porque el futuro no está escrito y, si estuviera escrito, tampoco podríamos acceder a él ni saber que iba a suceder. No son los beneficios de los dioses ni el destino lo que nos garantiza la felicidad, sino que cada uno es responsable de perseguirla, labrarla y conservarla.
SIN MIEDO A LA MUERTE
Cuando el cuerpo muere, los átomos que integran tanto el cuerpo como el alma se disgregan, y ya no es posible percibir ninguna sensación. Entonces, dice Epicuro en su argumento, la muerte no es nada. Así que la vida no tiene que convertirse en un sufrimiento por no ser ilimitada. Cuando estamos vivos no tenemos ninguna sensación de la muerte y una vez muertos no se siente nada; por lo tanto no hay absolutamente nada que temer.
LO BUENO ES FÁCIL DE CONSEGUIR
Es normal que todo individuo se ocupe de proveer los bienes que precisa para su supervivencia individual, como la comida y el cobijo, que son cosas sencillas pero imprescindibles para cualquier persona, y que se pueden obtener con un esfuerzo mínimo. El problema es que un empeño tan natural y noble a menudo se desvirtúa, identificándose con el ansia de ganar posesiones superfluas, que no son estrictamente necesarias para el objetivo inicial de una digna supervivencia. Desear cosas superfluas aparta nuestra atención de los bienes realmente importantes. Por otra parte, quien tanto ama las cosas innecesarias acaba siendo esclavo de ellas y pierde el timón de su propia vida. Todo lo contrario que el sabio: que jamás rechazará ningún don recibido, porque todos los placeres son buenos en sí mismos, pero solo invertirá su esfuerzo en buscar y obtener los bienes imprescindibles. De este modo paladeará con mayor placer todo cuanto exceda tan modesta búsqueda y perderá el miedo a la ausencia de tales dones.
EL DOLOR ES FÁCIL DE SOPORTAR
Tampoco hay que temer al dolor corporal, porque cuando es intenso dura poco y cuando se prolonga en el tiempo resulta menos intenso. En los dos casos el dolor es llevadero, mucho más si se acompaña de buenos recuerdos. Si el dolor fuera intenso y duradero moriríamos pero, siguiendo el razonamiento anterior, a la muerte no hay que temerle, puesto que cuando llega no hay conciencia alguna. De todas formas, decía Epicuro, cabe soslayar todo lo que provoque dolor y rodearse de cosas deleitables mientras sea posible, pero si llega el dolor, hay que ser fuerte para afrontarlo dignamente.
UNA ÉTICA PARA EVITAR LOS SUFRIMIENTOS DEL ALMA
Podría decirse que la ética de Epicuro es un punto intermedio entre un cierto intelectualismo, que basa los juicios éticos en el conocimiento del bien (solo si se conoce lo que es bueno se hace lo bueno), y un hedonismo moderado que subsume la consecución del placer en un ejercicio práctico de evaluación sobre qué es lo mejor y lo más adecuado para cada circunstancia. Así pues, la filosofía de Epicuro era vital y moral a la vez, y no contemplaba diferencia alguna entre clases sociales, sexo o edades; tenía que ser accesible a cualquier persona, para que cada cual encontrara la senda de vida apropiada. Negar la filosofía a alguien sería equivalente a no reconocer su derecho a la felicidad.
CRITERIOS PARA DISTINGUIR EL BIEN DEL MAL
A la felicidad se llega por medio del pensamiento filosófico y del análisis racional, aunque el placer está entre los bienes primeros cuando, a partir de él, se inicia cualquier elección o rechazo. Es solo en este sentido que los placeres constituyen un criterio para distinguir lo bueno de lo malo. El placer podría definirse como la satisfacción de las necesidades del cuerpo y la tranquilidad del alma, pero, en cierta medida, los placeres del alma son superiores a los del cuerpo. Esta afirmación básica de la filosofía de Epicuro no lleva a evitar o erradicar los placeres del cuerpo, sino a encontrar el equilibrio voluntario y consciente entre el cuerpo y el alma. Simultáneamente, también hay una relación directa entre placer y dolor. No es posible comprender el placer si no se experimenta el dolor, como no se disfruta completamente de un banquete si no se padeció alguna vez la sensación de hambre, decía el filósofo. Pese a que el placer es un bien y el dolor un mal, hay que administrarlos de manera inteligente; en ocasiones es más importante rechazar ciertos placeres que aceptar dolores, como también optar por dolores que se siguen de placeres mayores (por ejemplo, como cuando se toma una medicina desagradable).
EL PLACER Y LA LIBERTAD
La libertad es un hecho fundamental para establecer las relaciones con el mundo exterior e interior, al tiempo que permite tomar las decisiones adecuadas en la elección de los placeres. Sin libertad, las acciones morales dejarían de serlo, ya que son la condición de posibilidad y el sostén de toda una ética atea, que no se aferra a ninguna creencia ni dogma.
LOS DIFERENTES TIPOS DE PLACERES
Una vez hecha la distinción entre los placeres del cuerpo y de la mente, Epicuro sentó una nueva división entre los placeres en movimiento (cinéticos) y de reposo (catastemáticos). El placer supremo es la ausencia total de dolores y de ansiedad, aunque ello no implica que el hombre sabio viva como los dioses o como un anacoreta, aislado para que nada lo turbe. Ser sabio no consiste en alejarse de los placeres o de las personas, de lo que se trata es de reflexionar y analizar la condición de los placeres fundamentales, evitando los innecesarios o los que pueden acarrear problemas. Los placeres en reposo y los placeres en movimiento se alternan constantemente, pero los sabios saben encontrar la mesura adecuada en esta sucesión.
PLACERES EN REPOSO Y EN MOVIMIENTO
Los placeres en reposo pueden afectar tanto al alma como al cuerpo. Cuando afecta al cuerpo es llamado aponía (ausencia de dolor). Por ejemplo dolor de estómago por hambre se elimina comiendo. Cuando al placer en reposo lo experimenta el alma adquiere el nombre de ataraxia (imperturbabilidad) y se trata de un estado anímico propio del hombre sabio. Los placeres en movimiento son una derivación o variación de los placeres en reposo por lo tanto una vez satisfechos los primeros estos poco pueden aportar a la felicidad conquistada. En los placeres cinéticos intervienen los sentidos y son una parte importante en el proceso de eliminación del dolor. Un claro ejemplo de estos placeres son las alegrías y el goce. Ejemplos son el sexo, las comidas tales como quesos o vinos (comida no esencial). En resumen, la felicidad es una práctica humana en la que deben primar los placeres inmóviles, sin abstenerse de los que están en movimiento.
PLACERES NATURALES, NECESARIOS Y NO NATURALES NI NECESARIOS
Para una mejor comprensión de los placeres anteriores el maestro hizo otra clasificación de los mismos. Los separó en naturales y necesarios que ofrecen la sensación de goce excluyendo cualquier percepción de dolor; naturales y no necesarios tales como el sexo, alimentos de lujo como el queso y los vinos, el arte y las conversaciones amenas con amigos, que calman la ansiedad y el hambre que no son de formas necesarias pero que también debían procurar no solo conformar a uno mismo sino que sirvan para que otras personas también tengan placer; y por último encontramos a los placeres no naturales ni necesarios que aquellos que los sabios eluden totalmente tales como los honores y el reconocimiento público, la belleza, las riquezas, el matrimonio y la política. Todos estos placeres ocasionan turbación y ansiedad, por lo cual hay que rechazarlos, teniéndolos a buen recaudo para mantener el control sobre ellos.
EL CULTIVO DE LA AMISTAD
EL JARDÍN DE LA AMISTAD
Para Epicuro, la amistad estaba ligada indisolublemente a la felicidad. Por esta razón le concedió un papel fundamental en su filosofía. No se trataba solo de tener amigas y amigos, de compartir una charla, parte del proceso de aprendizaje, o de disfrutar un rato de la buena compañía, sino que había que vivir junto a los amigos. Epicuro compró dos terrenos contiguos en el camino del puerto del Pireo, para que sus amigos y amigas pudieran convivir, compartir a diario el aprendizaje, los alimentos, conversar, sentirse siempre en comunidad y transitar conjuntamente el camino hacia la construcción de la felicidad. Con treinta y cinco años de edad, el filósofo fundó el jardín en las afueras de la ciudad de Atenas, allí donde la ciudad linda con el campo.
UN JARDÍN PARA LAS FILÓSOFAS
El jardín era una escuela de filosofía para la vida y la felicidad, por lo cual ninguna persona quedaba excluida: ricos, pobres, niños, esclavos y mujeres gozaban del mismo derecho de aprender a vivir bien y buscar la felicidad. Por ello, las mujeres tenían un rol fundamental dentro del epicureísmo. En el jardín participaban las esposas legítimas de los filósofos, pero también había heteras (cortesanas que habían recibido educación y eran mejor vistas que las prostitutas), y todas gozaban del mismo estatus. En Atenas, las cortesanas (consideradas un objeto de placer) no eran despreciadas pero tampoco recibían un trato de igualdad con respecto a las mujeres casadas. Las mujeres del jardín eran consideradas pares de los hombres y el respeto se profesaba con independencia de las diferencias de género y del estatus social o económico. La presidencia del Jardín era rotativa y aquí tampoco se excluía a las mujeres del derecho a ejercerla.
EDUACIÓN Y PAIDEIA
Las escuelas filosóficas no cargaban con la responsabilidad de proporcionar lo que hoy podríamos llamar una formación general a sus alumnos. Esta se adquiría a lo largo de la juventud y mediante canales diversos, que podían ir desde la asistencia de los jóvenes a una escuela de pago (opción generalmente mal vista) hasta la tutorización del niño o joven por parte de un adulto, con el que se establecía una fuerte relación. A todo esto se lo denominada paideia y estaba basada en la poesía épica oral como referencia y modelo (Homero y Hesíodo), pero que también implicaba un complejo programa de estudios que incluía la retórica, el conocimiento de los números, la astronomía, la música, la gimnasia, etc. Las escuelas filosóficas presuponían –o se oponían a- los contenidos de las paideia clásica y centraban su atención en la profundización de las cuestiones específicas que constituían el núcleo de interés de cada escuela. En este sentido podemos afirmar que el tipo de formación propuesto por el Jardín epicúreo constituía también una quiebra en relación al modelo de formación previo, porque lo que realmente interesaba a Epicuro y a sus discípulos era el cultivo del arte de vivir (bien). Según el maestro de Samos, la paideia clásica carecía de utilidad para vivir bien o para lograr la felicidad, y por tanto no era necesario formarse bajo sus preceptos. Una educación basada en la acumulación de conocimientos, pensaba Epicuro, solo tenía como objetivo la adulación del vulgo para quien se erigía en sabio. El placer va a la par con el conocimiento, lo cual quiere decir que se goza al aprender y no después (al recoger las alabanzas de los seguidores).
EL MÉTODO DE ENSEÑANZA DE EPICURO
En la mayor parte de las escuelas filosóficas griegas, el estudio y ejercicio de la argumentación era una práctica imprescindible como método para llegar a articular una determinada teoría. Además de la parte dialéctica, la formación incluía aspectos retóricos, dogmáticos y aporéticos. La enseñanza epicúrea vuelve a ser un caso aparte con respecto a lo que imperaba en casi todas las demás escuelas. Epicuro enseñaba a través de diálogos y disertaciones, cargados de imágenes que ilustraban puntualmente las diferencias entre las personas que vivían inmersas en el sufrimiento y los individuos sabios (armónicos y felices). Su sistema de conceptos y enseñanzas estaba organizado con un sencillo procedimiento de principios generales, que se iniciaba por la lectura, asimilación y memorización de resúmenes cortos que contenían las máximas cardinales de la doctrina. Esta forma de comprender los argumentos teóricos hizo que la filosofía de Epicuro tuviera un carácter popular. Ninguno de los ejes centrales de su filosofía (ética, canónica o física) estaban pensados para ser abordados por una élite de especialistas, ya que podían resumirse en un concentrado número de fórmulas bien trabadas y comprensibles. La filosofía de Epicuro mantuvo con firmeza su voluntad de dirigirse a todo el mundo. Cualquiera que adoptara el modo de vida epicúreo podía ser llamado filósofo, aun cuando no fuera capaz de escribir libros, proferir grandes discursos y argumentos o no tuviera una excelsa formación en el campo de la lógica.
LOS AMIGOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD
Como ya se comentó anteriormente la amistad para Epicuro era algo fundamental, una fuente de confianza y seguridad, pero también implicaba riesgos. La amistad preconizada por el filósofo en el Jardín no se agotaba en un simple vínculo de afecto, también conllevaba responsabilidades y una forma de relacionarse entre maestro y discípulos, y asimismo entre los propios discípulos. Los amigos y amigas debían ejercer la parresia, un término y una práctica ya empleada en la filosofía griega clásica, que implicaba la responsabilidad de decir siempre la verdad, explicarlo todo o hablar libremente. Este compromiso no solo correspondía a la libertad de expresión por parte de maestros y discípulos, sino a la obligación de poner la verdad por delante para cuidar del bien común, aun cuando la sinceridad pudiera molestar. La parresia estaba incluida dentro de esos peligros de la amistad, porque, como señaló Epicuro, puede producir incomodidad o enfado.
CONOCER PARA COMPRENDER EL MUNDO
Con la introducción en su doctrina de la canónica, que iba más de acuerdo con la forma que Epicuro tenía de concebir la práctica de la filosofía, el pensador de Samos se alejaba de lo que habitualmente se entendía por lógica. Efectivamente, las escuelas clásicas y helenísticas circunscribían tres ámbitos dentro de la lógica: lo lógica formal, la matemática y el desarrollo de las estructuras básicas de la dialéctica. Epicuro excluyó de la canónica la observación y el análisis de las estructuras formales del pensamiento, y las sustituyó por una doble reflexión: sobre los instrumentos que disponemos para obtener información del mundo y sobre el grado de validez que debemos conceder a la información que nos proporcionan estos instrumentos. Los instrumentos, claro está, son los sentidos, y la información que nos proporcionan, las sensaciones.
EL CONOCIMIENTO Y LAS SENSACIONES
Según Epicuro, las sensaciones es el asiento de todo el conocimiento, y se origina cuando los átomos que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos por medio de los órganos perceptivos (vista, olfato, tacto, etc.). Cuando las sensaciones se repiten varias veces y se conservan en la memoria, se forman representaciones generales (o conceptos). Estos conceptos sirven para que podamos anticipar sensaciones futuras, por eso Epicuro las llamó anticipaciones. Por sí mismos, los sentidos ni nos confunden ni tampoco pueden engañarnos, porque no poseen esas propiedades. Como tales, las sensaciones no razonan, no enjuician, no agregan ni quitan nada, son simplemente un dato que revela la consciencia de una realidad dada mediante una determinada combinación de átomos. Este proceso nunca es arbitrario, se nos impone y constituye una certeza inmediata, a la que Epicuro llamó evidencia sensible, y no es comparable con ningún otro tipo de certeza. Para no hacernos una falsa noción de errores, decía Epicuro que es indispensable comprender bien la diferencia entre la certeza proveniente de los datos sensibles como tal (evidencia sensible) y los juicios que realiza la mente, con los que interpretamos las sensaciones.
LAS ANTICIPACIONES Y LAS AFECCIONES
En la teoría del conocimiento de Epicuro, la sensación no se limita exclusivamente a una aplicación directa. La repetición de sensaciones da lugar a las anticipaciones, que podríamos equiparar a las ideas generales, puesto que ofrecen criterios conceptuales que trascienden las percepción inmediata. Las anticipaciones se identifican con las imágenes que se recuerdan de los objetos que han sido percibidos repetidamente. Como se apoyan en percepciones, establecen asimismo un criterio de verdad; son un canon para el conocimiento, un instrumento para sopesar la corrección de los juicios perceptuales y las opiniones. El tercer criterio de verdad (canon) descrito por Epicuro son las afecciones. La importancia de estas radica fundamentalmente en la influencia directa que tienen sobre la teoría ética del placer. Ante cada afección el ser humano reacciona con un sentimiento de placer o de dolor, es una sensación que permite ajustar y optar por una acción u otra. Sensaciones, anticipaciones y afecciones son los tres cánones fundamentales del conocimiento. Como contrapartida, la razón por sí misma no es una facultad que pueda revelar un mundo diferente de aquel en donde vivimos; su función consiste en ayudarnos a conocer mejor el mundo y en apegarnos lo más posible a nuestros sentidos. Todo conocimiento adquiere así sentido como guía de la vida y para alcanzar el fin supremo al que aspiran nuestras almas: la felicidad en esta existencia con los medios que concede la naturaleza.
EL LENGUAJE
Epicuro insistió en que las palabras debían ser empleadas en su sentido más primo y claro, lo que supone que no requieran de explicaciones ulteriores y, fundamentalmente, que dicho uso concuerde con las percepciones sensibles.
FÍSICA E INDETERMINACIÓN ATÓMICA
Epicuro insistió en la necesidad de alejar las fuentes de perturbación en todos los núcleos de su doctrina filosófica (la ética, la canónica y la física), interesándose manifiestamente por eliminar las creencias en el mundo divino, y de la injerencia de los dioses en el destino del mundo y de las personas. Como contrapunto a los dogmas y leyendas fabulosas generalizadas en su tiempo, Epicuro afianzó su voluntad de destacar la función esclarecedora que adquiría el conocimiento objetivo de los campos de la física y de la cosmología. Ante la incertidumbre del destino y el poder devastador de las fuerzas de la naturaleza, Epicuro presentó una serie de conocimientos fundamentados en el estudio de los fenómenos naturales. Su principal referente conceptual fue la doctrina atomista de Demócrito, quien negaba el poder de los dioses sobre la vida terrenal, Epicuro sustentó su filosofía natural en la idea de que toda materia está autogenerada –es decir, que no necesita de agentes externos para existir- y, además, está formada por átomos, que son eternos. Epicuro partió de la postulación básica de la realidad de cuanto percibimos. Según su criterio, todo lo existente está formado por átomos y vacío, y a partir de ese andamiaje teórico justificó los cambios visibles de los cuerpos físicos. El filósofo de Samos no se interesó por ofrecer una explicación exhaustiva de los fenómenos observables, sino que se concentró en la descripción de los movimientos de los átomos –la manera en la que se producen uniones y separaciones aleatorias- y en sus repercusiones sobre la dinámica de la realidad. A partir de esos planteamientos teóricos era posible dar una explicación a los cambios observados en los seres, como el crecimiento y la muerte, sin recurrir a principios míticos ni interpretaciones metafísicas. Según la doctrina epicúrea, no hubo ningún momento original del cosmos, la materia es eterna y se transforma por el efecto de diferentes composiciones atómicas. No hay que perder de vista el interés general de Epicuro en todo conocimiento como área funcional de una filosofía que buscaba la salud del alma humana. Por ello es sustancial remarcar que los criterios de conocimiento verdadero que postulaban la composición de todo lo existente por átomos y vacío (que se bastan a sí mismos en virtud de sus propias leyes físicas), eran una forma de ahuyentar la ansiedad generada por la ignorancia, el escepticismo y la superstición, que eran producto de relatos discordantes con sus observaciones empíricas.